Pulpo biopolítico
El Estado es como un pulpo cuyos tentáculos son lo suficientemente
largos, pero también lo suficientemente selectivos, para abrazar a unos y
excluir a otros -aun cuando todos residan bajo la categoría de ‘ciudadanos’-. Dicha
exclusión/inclusión en efecto tiene serias implicaciones en la vida de las
personas; y esto no hace más que confirmar que el poder estatal, según sus
propios intereses y mecanismos, ejerce control sobre cada uno de los cuerpos
que integran la nación. En ese sentido, la construcción de la esfera pública tiene
mucho que ver con el accionar biopolítico del Estado, puesto que en ella se
reconocen unos ciertos límites de eso que sí es factible decir, ver, escuchar,
sentir o leer, como diría Butler. No todos entran en el costal de eso que es “apropiado”
o “conveniente” para el Estado, y entonces la esfera pública empieza a ser
negada para los discursos y/o apariciones de diversos grupos. “La esfera
pública está constituida en parte por lo que puede aparecer, y la regulación de
la esfera de la apariencia es una manera de establecer lo que va a contar como
realidad, y lo que no” (Butler, 2006). Esto inevitablemente influye en lo que
se enseña y adopta como “normal” o “natural” en la vida de los ciudadanos (sin
que se perciba si quiera que aquello aprendido pudo haber sido producto de consecutivas implantaciones
ideológicas tramadas desde el centro de poder).
Cuando en clase comentábamos acerca de la diferencia entre zoe y bios, y sitúabamos a David Romo o a los prisioneros de Guantánamo en la categoría de vidas no reconocidas, inmediatamente pensé en las víctimas de las dictaduras argentina y chilena, esas vidas desnudas cuya representación es manipulada por el gobierno incluso a través del lenguaje, en tanto su muerte se encubre por el término "desaparecido". Mujeres como las Madres de la Plaza de Mayo nos recuerdan que la biopolítica sí puede ser interpelada y, en alguna medida, combatida.
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